En un país donde nos gusta machacar sobre los ídolos y referentes del mundo del deporte, Juan Martín del Potro viene a ser, tan sólo, un flanco más en esa escalada.
El caso de Del Potro es curioso: amado en todo el mundo, verdugo de los más grandes de la historia, ganador de todos los torneos que un tenista puede conquistar, en su país se lo cuestiona por “pecho frío”, cuando viene a ser, después de Federer, Nadal y Djokovic, la mejor cabeza del circuito en los últimos diez años.
Del Potro volvió a demostrar que cuando más grande se hace, es en los momentos decisivos. Eso, generalmente, es la manera en que llamamos a los veradaderos campeones de raza. Pues bien, Juan Martín forma parte de esa estirpe, del que este cronista sólo puede tener documentación que se le asemeje con Guillermo Vilas.
Quien tenga algo para reprocharle a Del Potro, dirá que no le queda otra que, ahora, ir por el 1 del mundo. El tenista sabe que es, quizás, su única “deuda” (jamás ello puede ser llamado deuda, pero con estos jugadores, poco queda que decir) es aspirar a figurar en lo más alto del ranking. No por ellos, los de siempre, sino por él; por su mentalidad, inerme a los golpes, es que La Torre irá por dicho objetivo. Sabe que está cerca.