“Va a ser muy duro”, dijo Martín Guzmán preparando a su audiencia para lo que venía: la definición de los escenarios en los que se planteará la reestructuración de la deuda. “En 2020 no es realista ni sostenible que haya una reducción del déficit fiscal”, dijo sin cambiar el tono e hizo saltar por los aires las especulaciones sobre un ajuste encubierto. “No se apunta hacia eso, las medidas tomadas buscan restablecer una secuencia que vaya creando un espacio para las políticas expansivas que necesitamos”. El Plan Alimentar, la política contra la pobreza, los planes de auxilio a las pymes y a los jubilados que cobran la mínima emergieron en el primer plano.
El ministro de Economía le advirtió a los bonistas que “sufrirán frustraciones” y destacó la independencia del plan económico. Ante los principales referentes de la industria y el sindicalismo resaltó que la negociación con los acreedores debe ser razonable para que Argentina pueda volver a crecer.
La propuesta de Martín Guzmán no le deja margen al ajuste y apuesta fuerte al crecimiento. El FMI, responsable. Los bonistas deberán cargar con el costo de una mala apuesta. Y el planteo de “revertir el modelo”.
“Si no se hiciese nada, si mantenemos la inercia del mismo modelo de estos años, recién en 2026 alcanzaríamos el equilibrio fiscal, convergiendo hacia un superávit muy bajo recién para 2030. En ese caso, no estaríamos resolviendo nada (en lo interno, en lo social) ni habría acuerdo posible (en lo externo, frente a la deuda)”. No lo dijo, pero se refería al modelo de Nicolás Dujovne y Cambiemos: no resolver nada y seguir endeudándose.
“Un escenario más realista, factible, que implica un trabajo (correcciones) que ya venimos haciendo, posibilitaría alcanzar el equilibrio fiscal en 2023, y avanzar a un superavit fiscal primario unos años después del 0,6 al 0,8 del PBI”. Es decir, ningún resto para un acuerdo de pago de la deuda.
“El tercer escenario va a implicar revertir la reforma política tributaria de los últimos años, que pretendía impulsar la oferta pero lo que logró es que no hubiera oferta (estancamiento de la producción) y se debilite el fisco (pérdida de recaudación impositiva). Si se revierte esa dinámica, junto a las políticas productivas impulsadas por el Ministerio de Desarrollo Productivo, con una plataforma de crecimiento del 2% anual y de las exportaciones a un mínimo del 4,5% anual, en 2022 se alcanzaría el equilibrio fiscal, un superavit bajo en los años siguientes y del uno por ciento del PBI en 2026 y 1,2 en 2027”. Este es el sendero que ayer dejó, como propuesta, Guzmán en el Congreso. Y los tiempos de espera que le intentará imponer a los acreedores.
“Un proceso complejo, con mucho dinero en juego y gente que está jugando muy fuerte”, describió el ministro en su discurso, “Varias partes involucradas y todos son responsables: el Fondo Monetario es responsaable por la crisis de deuda y la crisis económica que Argentina está viviendo hoy, es importante entenderlo y no olvidarse, porque es importante tener memoria”, apuntó sin cambiar el volumen de su voz.
Recordó que “cuando la situación estaba bien caliente, hubo una cambio de conducción en el FMI que ha sido refrescante”, aunque aclaró que todavía queda “un largo trayecto por recorrer” en esa relación. Sobre los bonistas externos, tras volver a advertir que no van a condicionar la política económica argentina, remarcó que “apostaron a un modelo que fracasó, aunque cubriéndose con tasas de interés altas por ese riesgo”. En una negociación “realista y sostenible, van a sufrir frustraciones”. Un modo elegante de invitarlos a ceder.
Guzmán puso sus cartas sobre la mesa, e invitó con respeto a todos a definir de qué lado de la mesa se ponen. El cuadro de situación que describió es grave, el sendero a recorrer es un camino de cornisa y encima los tiempos apremian. Con respaldo de la oposición o sin ella, con dirigentes empresarios y sindicales comprometidos o no, en los próximos días empieza esta batalla.